
Hace más de 132 años, la universidad forma a estudiantes con un alto compromiso social y humano. Estudiantes, docentes, egresados y funcionarios, que más allá del intercambio de saberes, intercambian historias que hacen posible la continua construcción de una casa de estudios.
Una casa que enseña a las personas a relacionarse con amor a la humanidad y a la sabiduría, toda una filosofía de vida para transitar por el bien comunitario. Un querer al otro; un amor desprendido del pensamiento egoísta.

Ser parte de la universidad, ingresar, egresar, llamarse a uno mismo “universitario”, puede ser para muchos de nosotros un punto importante en el desarrollo de nuestra visión hacia el mundo y las personas que nos rodean. Esto nos afecta en todos los niveles, tanto física, ideológica, social y emocionalmente. Cada etapa es un terreno completamente nuevo y lleno de posibilidades.
La UNA experiencia que nos moldea
Como en cada nuevo camino que nos posibilita la universidad, los grados académicos y las menciones de honor no son los únicos legados que nos llevamos de las aulas; son las personas que conocemos, los vínculos que forjamos con nuestros pares y profesores y el nivel de profundidad que le otorgamos a cada relación, las que nos permiten formar parte de la vida de una multitud de personas, cada una con su propia belleza.
Estos son los vínculos que nos potencian como universidad y como individuos hacia la autorrealización, que se alegran con nuestros logros y que, sobre el propio ego, actúan por la felicidad propia y del ser amado.
La UNA cuenta con unos 55.000 estudiantes, además de docentes, funcionarios y egresadas y egresados que pasan gran parte de sus vidas relacionados a la institución y su gente. En diferentes lugares comparten alegrías, tristezas, logros y derrotas, a la par que forman los lazos que en el futuro serán parte importante de sus vidas.
En este 14 de febrero, compartinos en las redes (@una1889 en Facebook y @una_py en Instagram) una historia de amor como las que conocemos en la UNA.